Allí donde las herramientas y la fuerza muscular se usaban libremente, a discreción de los propios trabajadores, sus labores eran variadas, rítmicas y a menudo profundamente satisfactorias, del mismo modo que suele serlo cualquier ritual voluntario. El aumento de destreza en la tarea acarreaba una inmediata satisfacción subjetiva, y este sentido de dominio lo confirmaba y aumentaba el producto acabado. La principal recompensa de la jornada laboral del artesano no era el salario, sino el trabajo mismo, realizado en un entorno social. En esta economía arcaica, había un tiempo para empuñar las herramientas y otro para descansar, un tiempo para ayunar y otro para festejar, un tiempo para el esfuerzo disciplinado y otro para el juego irresponsable. Al identificarse con su trabajo e intentar hacerlo perfecto, el artesano remodelaba su propio caracter.
Lewis Mumford. |